"La batalla de Smolensk el 17 de agosto de 1812", Peter von Hess (1792-1871), óleo sobre lienzo, 1846. Museo Hermitage. Representación de una de las batallas cruciales contra Napoleón. El comandante del 1er ejército occidental, Mijaíl Andreas Barclay de Tolly, aparece sentado junto al árbol.
RIA NovostiHasta el siglo XVIII los comandantes de los ejércitos rusos eran generalmente representantes de la alta nobleza. El cuerpo de oficiales, tal y como se conoce hoy en día, surgió en Rusia en la época de Pedro I: la dura derrota en Narva contra los suecos convenció al zar de la necesidad de modernizar el ejército.
En la época de Catalina II la fama de los oficiales rusos resplandecía por toda Europa y no comenzó a extinguirse hasta principios del siglo XX. El largo periodo de paz provocó que los hombres se alistaran en el ejército en busca de un empleo tranquilo y con una buena pensión. En la Primera Guerra Mundial y en la Guerra Civil, Rusia perdió una gran cantidad de comandantes expertos, y la nueva pléyade de oficiales con talento la integraron los soldados del Ejército Rojo.
Dmitri Jvorostinin
Este jefe del ejército era el encargado de apagar los incendios de Iván el Terrible. Lo enviaban a los frentes más problemáticos de la época y casi siempre salía victorioso.
Jvorostinin acababa de derrotar a los suecos cuando inmediatamente lo llamaron al sur para salvar a la Rus de la invasión de los tártaros. Tras vencerlos, el comandante se dirigió al Báltico para repeler el ataque de los lituanos. En la guerra Livona los ejércitos europeos superaban en técnica a los rusos, pero Jvorostinin equilibró la balanza con agresivas incursiones y maniobras.
Un embajador inglés escribía sobre Jvorostinin en estos términos: “es el hombre más utilizado en las operaciones militares”. Puede que fuera por ello que cuando Jvorostinin no fue capaz de cumplir una de las órdenes de Iván el Terrible, este decidió castigarlo, aunque el zar “se limitó” a obligarlo a moler trigo vestido de mujer.
Alexánder Suvórov, retrato de Joseph Kreutzinger, 1799. El Hermitage
En la corte Alexander Suvórov era considerado un hombre excéntrico y alocado. Por las noches salía a correr desnudo, en las recepciones bailaba con su ayudante a destiempo y chocaba deliberadamente contra las demás parejas, y en ocasiones se presentaba en una comida con una sola bota. Pero quienes conocían al comandante Suvórov no se dejaban engañar por las apariencias.
“La espada de Rusia, azote de los turcos y terror de los polacos. Con sus arrebatos violentos y de naturaleza impávida, era una copia de Atila”, escribía en sus memorias Luis XVIII.
Suvórov fue quizás el mejor comandante ruso: en toda su vida no perdió ninguna de las 63 batallas en las que participó. Suvórov se enfrentó a enemigos que los superaban en número y nunca perdió.
El ataque era su medio natural, apostaba por los ataques rápidos y por la responsabilidad de los soldados. En las tropas adoraban a Suvórov: se preocupaba personalmente del abastecimiento, enseñaba a los soldados a tener iniciativa y a pensar, y no los amaestraba como si fueran animales.
En Europa ya consideraban al generalísimo ruso un comandante genial en vida, y el propio Nelson le escribía cartas llenas de entusiasmo. La hazaña más conocida de Suvórov fue el paso de los Alpes. Debido a varias intrigas en la coalición antifrancesa, en 1799 el ejército ruso se vio completamente rodeado por los enemigos en Suiza. Las balas y la comida escaseaban, las botas de los soldados estaban casi desgastadas por completo.
Conservar la integridad del ejército en semejantes circunstancias parecía un milagro. Pero Suvórov dio un paso inesperado. Guió a las tropas por cumbres y lagos nevados. Finalmente, los soldados rusos rodeados se salvaron e incluso sufrieron menos pérdidas que el ejército francés que los rodeaba.
Mijaíl Barclay de Tolly. 1829. George Dawe. Palacio de Invierno en San Petersburgo
Barclay de Tolly dirigió el ejército ruso durante la invasión de Napoleón en 1812. Napoleón esperaba derrotar a su enemigo en batallas fronterizas y obligar al zar a firmar la paz. El ejército francés en junio de 1812 era superior al ruso y tenía todas las posibilidades de ganar.
Barclay de Tolly era perfectamente consciente de ello y decidió sacrificar su reputación y empezar a retroceder, quemando tras de sí ciudades y cosechas. Su estrategia funcionó. En lugar de ganar rápidamente, los franceses se vieron obligados a perseguir a los rusos hasta Moscú. El ejército francés pasaba hambre, los partisanos y los cosacos asaltaban su retaguardia y poco a poco se iba acercando el mortal invierno. Pero los nobles rusos exigían a Barclay que presentara feroz batalla, y no aquel “vergonzoso” repliegue.
“Ese canalla, infame y malnacido de Barclay ha cedido en vano su posición de ventaja”, escribe el general Bagratión antes de lanzarse ciegamente al combate. Finalmente la comandancia del ejército fue traspasada al general Kutúzov. Profundamente apenado por el odio que le profesaban, en la batalla de Borodinó Barclay de Tolly se expuso deliberadamente al fuego enemigo. Sin embargo, el comandante sobrevivió, llegó a ver el triunfo de su estrategia (la retirada de Napoleón) y en 1813 condujo al ejército hacia la liberación de Europa.
Konstantín Rokossovski / Gregory Vail/RIA Novosti
Ni siquiera los tres años de cárcel debido a las purgas estalinistas quebrantaron la lealtad que Rokossovski profesaba a su patria.
En 1940 Stalin perdonó al futuro mariscal y al año siguiente la decisión demostró haber valido la pena. Tras la invasión alemana en la URSS, las tropas de Rokossovski lucharon en las zonas más críticas de la guerra. En 1941 la división que le confiaron detuvo a los tanques alemanes junto a Moscú, en 1942 los ejércitos de Rokossovski rodearon Stalingrado y en 1943 detuvo a la Wehrmacht en la batalla de Kursk, que supuso un cambio radical en el curso de la guerra.
Pero Rokossovski alcanzó la mayor gloria de todas en 1944 debido al desarrollo y a la realización de la operación Bagratión. Gracias a una campaña de desinformación a gran escala (la Wehrmacht esperaba un ataque en Ucrania), el Ejército Rojo atacó a las posiciones alemanas en Bielorrusia. El frente alemán cayó. En dos meses, los soldados soviéticos liberaron de los nazis Bielorrusia, Lituania y Ucrania Occidental y recorrieron 600 kilómetros desde el Dviná hasta el Vístula. Los alemanes perdieron hasta medio millón de soldados.
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